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tante. Alguien podrá objetarme que el punto no está en enfren– tar individuos, sino en comparar iglesias. Pero el Vaticano II nos ha recordado y ponderado que la Iglesia es el mismo pueblo de Dios, los individuos que la componen. al conocer a ciertos luteranos -y demás cristianos protestantes que viven en los Estados Unidos- comparto la experiencia de que tales personas entienden, aprecian y aman y comparten a Cristo como las per– sonas católicas romanas. En cuanto al rabino X, sostengo que abunda en errores referentes a Jesucristo. Pero cuando él, elu– diendo la cristología, hablaba de que Dios sigue operando en el universo y en los hombres, de manera profunda y perceptiva, me complacía yo en sentir Jo mismo. Esta clase de monólogos, que al fin y al cabo son meditaciones y, por consiguiente, trascendentales, suelen parar en perspectivas de inteligencia y conducta. Como si la mayor parte de los católicos norteamericanos, par– ticularmente periodistas, sacerdotes, humanistas y teólogos, se hubieran en– tregado a tales monólogos, se han divulgado actitudes sutiles abiertas al ecumenismo, sin necesidad de desmontajes, defecciones ni conversiones clamorosas. El cristiano anónimo y el cristiano autónomo son muestras de cambios en la experiencia moderna del catolicismo yanqui. Elaborada una cierta teología del cristiano anónimo durante la segunda guerra mundial por las posiciones de Karl Rahner y Jacques Maritain, es en años recientes cuando el cristiano anónimo ha llegado a formar parte de la vida, de la imagina– ción, del sentimiento y de la apercepción-de la percepción del conocimien– to interior-de los católicos más próximos a la intelectualidad y a los ejecutivos de tipo medio. Ha crecido el interés y la consciencia por el resto de la humanidad en esta morada de la tierra, y a la vez se ha agudizado la conciencia de nosotros mismos, los cristianos, como grupo. Lo cual ha aumentado, por otra parte, la modestia y la responsabilidad de los cris– tianos. Parece, además, haberlos liberado, según piensan algunos de sus pro– pios hermanos, de su situación de relativo ghetto como grupo católico al lado de sus conciudadanos protestantes. Han tenido que conocer y tratar hombres como U Thant, jefes políticos o religiosos de otras ideologías y sociedades, y sobre todo han entrado en colaboración con agnósticos para trabajar en problemas como el hambre, la injusticia racial y los derechos humanos. Les ha llegado a parecer un poco absurdo alardear de que Cristo está presente en su grupo minoritario de manera más plena y real que en millones de hombres con los cuales hay que compartir ideales y esfuerzos para realizarlos. En otras palabras: acendran su posición cristiana obligán– dose a ser más católicos y a renovar sencillamente la verdad inicial del Evangelio de que Cristo «es la Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (S. Juan 1, 9). Toda ilustración humana viene de tal Luz. 98

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