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-Oiga usted; ¿es verdad eso de que llegaron a la luna? - Pues sí, es verdad. - Pues ya ve usted, me lo decían mis hijos, ví la película en la televisión, pero no lo creía. Ha oído uno tantas cosas ... Así es. Uno ha oído tantas cosas contradictorias ... El hombre se ha dado cuenta de las veces que le en– gaüaron, que la fábula del pastor y los lobos se repite cada día. Nos guarecemos prudentemente bajo una capa de escepticismo. Sin embargo, hay todavía verdades en el mundo por las que es lícito vivir y morir. En el Evangelio de hoy, Cristo envía a sus Apóstoles al mundo para que sean testigos de la verdad. Para que testifiquen todo lo que le oyeron predicar a El cada día y cada noche. Porque justamente en la noche del día de su muerte les había ensei'íado las últimas verdades de su vida con– sagrada a la Verdad. Dormía a quellas horas en Jerusalén un hombre que no se preocupaba, ni poco ni mucho, por la verdad. Era un empedernido escéptico. Lo único que le falta– ba para rimar su pensamiento, era ser poeta. Poncio Pilato se encontró frente a frente a Cristo que iba camino de la muerte y le dijo: "Yo para esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la Verdad: todo aquel que pertenece a la verdad, oye mi voz". Pilato se limitó a preguntar: "¿,Qué es la verdad?". Y entró dentro sin esperar la respuesta. Ni le intere- 91

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