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La respuesta es: Cristo no nos deja. Cristo está en medio de nosotros, con su presencia real y eucarística, con su incorporación en todos los cristianos, con su fuerza milagrosa en medio de los hombres. A sus dis– cípulos deja una misión concreta y determinada: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la crea– ción. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer, será condenado". En el lugar paralelo se añade: "y o estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos". Sabemos, pues, que Cristo se fue y quedó entre nosotros. No necesitamos milagros que entren por los ojos. Aquellos milagros que tanto impresionaron a los que oyeron a los Apóstoles. Nosotros; que vivimos de la fe, sabemos que el gran milagro de Cristo es justa– mente su presencia en medio de nosotros. En cierta ocasión, decía un sahio a otro: -¿Quieres un milagro actual? -Sí. - Los cristianos, amigo. Cierto. Pues, cuidado que los cristianos han sufri– do persecuciones desde aque1la mañana en la cual Cristo ascendió a los cielos y, aparentemente, les dejó a su propia suerte ... No ha habido época en que no se haya inventado una forma nueva, diabólica, de perse– guir a los cristianos. En el principio, fue la muerte a espada o en cruz. Pero la "sangre de los mártires fue semilla de cristianos". Hasta que los perseguidores, más refinados, más intelectuales, se dieron cuenta de que era mejor conseguir traidores que hacer mártires. Pero 88

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