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Ciñéndonos meramente al Evangelio de este do– mingo, sin explayarnos sobre la caridad cristiana que en definitiva sería tanto como hablar de todo el Evan– gelio, otra de las cosas que resaltan en estas páginas es el que Cristo hable de alegría, junto al borde de su muerte. Sin duda porque uno de los frutos del amor es la alegría. El amor produce el mayor goce del mundo. No se puede concebir amor sin alegría, como alegría sin amor. El corazón que ama es el corazón más alegre del mundo. Por el contrario, el odio tiene como secuela una inmensa tristeza. El odio, el rencor, la venganza, no hacen otra cosa - a la larga y a la corta - que de– positar un sedimento de pena negra en el alma. El dicho: "Ha odiado mucho, ha sufrido mucho", pode– mos darle la vuelta para decir: "Ha sufrido mucho por– que ha odiado mucho". Por ello S. Francisco de Asís unía esas dos cosas en su célebre oración: "Señor, que dDnc1e haya odio, yo ponga amor. Y donde haya tristeza, ponga alegría". 86
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