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¿Pero todavía tiene algo nuevo que decimos? ¿No nos ha enseñado todos los mandamientos? La originalidad de Cristo está precisamente en ponerse El mismo como punto de comparación: "Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Eso lo dice un hombre que sabe que antes de vein– ticuatro horas va a morir. Y va a morfr voluntariamente. Va a morir por amor. Y no lo hace forzado, entristec+ clo, lleno ele amargura, sino de alegría. Por eso quiere que su propia alegría esté con sus discípulos. La caridad es, en primer lugar, dar con alegría. No está tanto en lo que se da, sino cómo se da. Y mucho más está en darse. Por eso el Mandamiento de Cristo, si lo queremos entender hasta las más hondas raíces, tenemos que estudiarlo a la luz de su vida y de su muerte. Cristo dice a continuación: "Nadie tiene amor rnús grande que el que da la vida por sus amigos". Y esto Jo dice la víspera de su muerte. Cuando El va, por amor, para dar la vida por nosotros. La medida, pues, del amor cristiano está en amar sin medida. Porque el tope lo ha puesto Cristo con su ejemplo, y Cristo, que es Dios, nos ha amado infinita– mente. Estamos, incluso tentados a corregir la frase ' L de Cristo: Habla ele amigos, porque para El todos lo son. Pero nosotros podemos hablar de enemigos de Cristo. Y sabemos que El entregó su vida también por sus enemigos. Y su primera palabra en la crnz fue jus– tamente de perdón y disculpa. 85

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