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Nosotros, los que tenemos los ojos tan abiertos para mirar la vida a nuestro alrededor. Los que mira– mos a lo alto para descifrar la posible vida de los astros. Los que vivimos intensamente, sería bueno que cerrá– semos un poco los ojos, que entrásemos dentro de nosotros mismos y descubriésemos esa vida que palpita en nuestro interior. Esa vida de la gracia que nos ha sido infundida en el bautismo, esa gracia que tenemos que conservar en los mismos avatares de la existencia y que, únicamente, el pecado mortal puede tronchar. Todo esto no es el sueño del poeta que anhelaba ser como las estrellas. Es la hermosa realidad del cris– tiano que se sabe incorporado a Cristo. Con El vive, para El vive y por El vive. "Sin mí, nada podéis hacer". Pero con El, todo: "Cristo y yo, mayoría absoluta". Basta que tengamos su vida en nosotros, la vida de la gracia. Y tú, amigo, ¿tienes esa vida divina ante tí? 83