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habló San Pablo y nos habla actualmente la Iglesia, queda de!,velado aquí. Estamos íntimamente unidos a Cristo. Tenemos su misma vida divina. Hemos sido incorporados a él por medio del bautismo, que nos se11ó con su marca y nos infundió su propia vida. Ser cristianos es ser dioses. Recuerdo, ahora, el reto lírico y desesperado del poeta que decía mirando al cielo: "Señor, nos has hecho como el barro de la tierra. ¿Cuándo nos harás corno las estrellas del cielo?" Da pena qne los poetas digan esas cosas. Pero quizá mucha más pena que los hom– bres, que tanto miran ahora la luna y las estrellas para arrebatarles su secreto, no descubran el gran latido de una vida divina que palpita en lo hondo de su alma. Porcpe, nosotros tenemos una auténtica vida divina. La misma vida de Dios. El se hizo hombre para que el hombre fuera Dios. Lo único que nos pide el Señor es estar unidos a El por medio de la gracia, esa savia divina que nos hace deiformes. Que nos injerta en Crislo - Dios y Hombre - como pámpanos a la vid. Todo esto tiene unas consecuencias enormes para nuestra vida. Llega a explicar ese otro misterio doloro– so de nuestra existencia: el sufrimiento. ¿Por qué su– frimos? ¿Por qué a los hombres buenos les van peor las cosas en la vida? ¿Por qué? Sencillamente, porque somos pámpanos de una cepa que fue tronchada por la cruz. Y si El sufrió, nosotros también tenemos que sufrir. Es nuestro sino y nuestra esperanza. Porque si el sarmiento no es podado, no puede dar fruto; pero si se le poda, su fruto será abundante. El nos lo recordó en la alegoría de este domingo. 82

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