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Entre todos los amores del mundo, ninguno como el de Cristo. El Evangelio de hoy es autobiográfico: "Yo soy el buen Pastor que da la vida por su ovejas". Todos, incluso las ovejas que no están dentro del redil de la Iglesia, han sentido la fuerza amorosa de su re– dención. Cristo ha dado la vida por todos nosotros. Quizá al correr de la vida oigamos algunas veces que nos dicen: "Yo sería capaz de dar la vida por tí". Por nosotros, que se sepa, no ha dado la vida nadie más que Cristo. Y conscie:c,temente. A veces los perió– dicos resaltan -y muy bien resaltado- el gesto de un nifio o de un mayor que con riesgo de la suya trata de salYar otra vida que está en peligro. A veces le cuesta su propia vida. Es un gesto tan sublime que bien merece todas las condecoraciones y todos los premios "Plus Ultra". Pero mucho más allá ele todos estos gestos está el gesto ele Cristo. Porque cuando cualquiera se tira al agua, al fuego o entre las ruedas de un camión para salvar una vida en peligro lo hace con la esperanza ele no perecer él. Pero Cristo lo hizo voluntariamente: "Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recupe– rarla. Este mandato es recibido del Padre". Jesús manifiesta bien claro que su misión al venir al mundo ha sido para morir por nosotros. Sabía que estos hombres a los que tanto amaba tenían una ma– nera ele ser tal que necesitaban ver claramente el sacri– ficio ele alguien para comprender que se les amaba de ,·erclael. De bonitas palabras ele amor estaban y esta- 79

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