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una y mil veces: Paz. Y marchó a la cruz entre soldados romanos y enemigos para conquistar la paz para los hombres. Y resucitó -y cual hombre que ha ganado una batalla, la gran batalla de su vida - va esparcien– do por doquier su saludo y su deseo: paz. "Mi paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy yo como la da el mundo". Porque Cristo desea que la paz sea un surtidor que brote dentro del hombre, del mis– mo corazón de la Humanidad. Como una margarita preciosa sobre el lodazal de las guerras. La paz que nos haga comprender la fraternidad universal. La paz que exhalen las conciencias purificadas y tranquilizadas. Para ello instituyó el gran sacramento de la paz, el de la confesión. En el mismo Evangelio ele hoy nos habla de cuan necesaria es "la conversión y el perdón de los d ,, peca os . Pienso que nosotros, cristianos modernos, somos tan duros de corazón como los primitivos que no ter– rnim ~an de comprender el mensaje ele Cristo. Y por ello, constelando su vida de milagros, les quiso meter en el alma que todo aquello que El había padecido había sido anunciado y era necesario para conseguir esa cosa que tanto anhelan los hombres: la paz. ¡Si todos volviésemos nuestros corazones hacia el Evangelio! Si los titufados cristianos nos metiésemos más en nosotros mismos para tratar de conquistar o reconquistar esa paz interior que frecuentemente nos falta, habría más paz en el mundo. Creo que así no juzgaríamos que la paz era un fantasma que encierra dentro la amenaza ele la guerra. 76
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