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lJa otra marcha suya por las calles de Magdala, también con un perfume en sus manos? Todo se le olvidó cuando llegó frente al sepulcro, porque la piedra estaba corrida y Cristo no estaba. Y, sin pensarlo más, corrió para decírselo a Pedro. Pedro y Juan corrieron en un marathón sin árbi– tros, donde triunfó la juventud de Juan. Este vio bs ,·endas en la boca de la gruta funeraria, pero no entró. Esperó a que llegase Pedro, anhelante y sin resuello. Entraron los dos. Vieron las vendas el sudario enrolla- ' do y, entonces, entendieron algo que, misteriosamente, les había estado machacando el Maestro. "Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que El habría de resucitar de entre los muertos". La fe siempre es así. No es evidencia, es indica– ción. Abre un camino que cada cual tiene que caminar. No anula la libertad y la razón. La espolea. No es una demostración matemática, técnica. Es una luz que vie– ne de lo alto. Quien ciegamente cierra los ojos, conti– nuará ciego. Quien los abra honradamente, verá que cada vez la luz es mayor, como un astro que le inunda de resplandor y le caldea: El sol de la mañana de Pas– cua, que surgió del sepulcro para iluminar a toda la 11 umanidad. La Resurrección es el dogma fundamental de nuestra religión. Lo proclama San Pablo, que se cuida mucho ele dar testimonio ele que fue visto y resucitado, por muchos y en muchas ocasiones. Los evangelios y los hechos de los Apóstoles nos narran diversas apari– ciones v testimonian reiteradamente la Resurrección 70
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