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que sabe enfrentarse serenamente con esa angustia porque la razón de que está dotado le hace compren– der que existe una gloria eterna para el que tiene un buen morir. Si del grano muerto bajo tierra viene la gloria de la espiga florecida, ¿cuánto más sucederá a este pobre ser vital -frágil cual un grano-, pero inte– ligente como un hombre? La grandeza de esta "cafia quebradiza y pensante" que es el hombre está, precisamente, en que en la breve jornada de unos afíos puede elegir libremente un destino eterno. Puede cometer muchos errores, puede equivocar muchas veces el camino, pero puede desan– dado, volver a empezar y llegar a tiempo. Pocos espafioles habrán sentido la angustia del morir y el ansia de sobrevivir como Miguel de Unamu– no. Y en su célebre "Maestro de Carrasqueda" el maes– tro pide que en la hora de la muerte hagan de la escue– la capilla ardiente, y que en el encerado escriban con grandes letras justamente esto del Evangelio de hoy: "Os aseguro que si el grano ele trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto". ¡Qué buen epitafio para un hombre que desde su escuela se labró la gloria de una eternidad feliz! Y nosotros, ~,qué hacemos? El eminente sicólogo López Ibor asegura y prueba que hoy el miedo a la muerte es mayor que nunca. ¿Será que la fe es menor que nunca? Precisamos, creo yo, una entrevista urgente con Dios. 62
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