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piente que Moisés levantó en el desierto y que mila– grosamente sanaba a los mordidos de víboras que volvían los ojos hacia ella. Jesús dice: "Sí, tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en El tenga la vida eterna". Lo importante es que nosotros, los que estamos acercándonos a través de la liturgia a la conmemora– ción de ese gesto supremo de amor, comprendamos que Cristo lo repite continuamente. Porque ahora mis– mo se inmola en la Misa -que es el Sacrificio de la Cruz-, por amor a los hombres. Esta es una verdad que está patente en la fe. Lo único que necesitamos es una chispita de luz para dar– nos cuenta de todo el amor de Jesús por nosotros. De amor hablarnos mucho, pero amor... amor auténtico, hay muy poco en el mundo. Por ello, para que no confundiésemos una cosa con la otra, dijo El la víspera de morir: "Nadíe ama más que el que da la vida por sus amigos y yo, voluntariamente, la doy por vosotros". Amar, dar la vida ... ¿Quién ha <lado la vida por noso– tros, por cada uno de nosotros? Unicamente Cristo. Y lo grande es que esa donación ha alcanzado el siglo XX y seguirá por los siglos, siempre que haya un alma que salvar y un sacerdote que lo inmole en el altar. Ojalá nosotros no cerremos los ojos a esa luz fulgurante, amorosa, salvadora, que destella el Evangelio y la li– turgia de hoy. 59

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