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La Samaritana quedó asombrada. Aquel era un hombre extraordinario. Un hombre al que ella nunca podría dominar con su seducción y, sin embargo, quedó seducida por él, pues parecía que la miraba con un in– finito amor. La Samaritana es, además, una mujer sincera. Es abierta. No desdefia el diálogo con un judío que era enemigo de raza de su pueblo. Le contesta y se lo advierte claramente: "¿,Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí que soy samaritana?". Es sincera, ade– más, porque cuando Jesús le dice: "Anda, llama a tu marido y vuelve", contesta: "No tengo marido". La samaritana es una mujer inteligente. Con su intuición femenina capta en seguida el mensaje de Cristo. Le mira. En los ojos de El ve un algo divino y le dice: "Sefi.or, veo que t{1 eres profeta". Y en seguida le plantea una cuestión fundamental para todos los humanos, pero sobre todo, cuestión racial para los sa– maritanos. La cuestión del culto a Dios. El cerebro de aquella mujer había estado dando vueltas muchas ve– ces a ese problema. La samaritana es una mujer cordial. La adivinamos en un diálogo de tú a tú con Cristo. El, sentado sobre el brocal del pozo de J acob, y ella junto al cubo de agua fresca del cual le había dado ya de beber a El y que dejó allí, cuando marchó corriendo al pueblo, para que bebieran los discípulos. Es cordial también, por su mucho corazón. Una mujer que ha sido capaz de llenar la vida ele seis hombres no puede tener un corazón pequefio, estrecho. Era una fuera de serie. Quizá ella 54

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