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la transfiguraci6n del cuerpo y la ropa de J ~sús, por todo lo visto y oído. Ya podían contar todo a los hombres. Sin embargo, los discípulos cayeron en la tenta– ci6n de lo fácil. Quisieron instalarse: "¡Qué bien se está aquí!" Vamos a hacer tres tiendas ... ". ¿Para qué com– plicarse la vida? ¿Para qué predicar a los hombres? ¿Para qué luchar, sufrir y pensar ahí abajo? Dejemos a los humanos con sus afanes. Con las disensiones. Con sus ambiciones ... Nosotros hemos encontrado la meta. Nosotros hemos encontrado, por fin, la felicidad, ¿qué importan los demás? Los demás importan ante todo y sobre todo. Cristo los despertó a ellos. Y Cristo, por medio de la liturgia, nos grita a nosotros ... ¡Despertad! Porque también hoy los discípulos de Jesús tenemos el peligro ele querer instalamos. Instalamos en una fe comodona que nos han dado masticada, que no nos obliga a discurrir mucho para descubrir los más pasmosos misterios. Como si la fe se opusiese a la razón. O viceversa. Y cuando hoy aumentamos tanto esa palabra que creemos haber inventado: -encamación - , aunque quien la in– ventó fue Dios que se encam6 hace veinte siglos, tene– mos el peligro de querer encamamos en una felicidad hecha de bienes de consumo, de burguesía, de ausen– cia de todo sufrimiento y riesgo. Inmensamente peor cuando se trata de crear paraísos artificiales, ele pactar con la riqueza que oprime a los pobres, con el mate– rialismo, que no es lo mismo que lo material. En fin, en todo lo que agrada al cuerpo e incluso -y esta es la peor de las tentaciones - lo que agrada al alma 51

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