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esas primeras sílabas fáciles que todos los infantes dicen las primeras: Papá, rnarnú, Dios ... Pero quiso aprender a hablar nuestro idioma para ensei'íarnos a nosotros palabras maravillosas. El fue quien nos ensei'íó a rezar el Padrenuestro, y desde en– tonces nos atrevemos a llamar a Dios Padre. El nos predicó las bienaventuranzas. Bienaventurados los po– bres, los pacíficos, los limpios ele corazón, los que sufren, los que lloran ... ¿Y quién no ha llorado alguna vez? El tuvo palabras de perdón para los pecadores, y de reprensión para los hipócritas. El tuvo palabra de amor para los hombres: Cuando instituyó la Eucaristía para quedarse con nosotros. El nos enseüó el valor de la palabra cuando dijo: "De toda palabra ociosa ten– dréis que dar cuenta a Dios". El nos enseüó las siete maravillosas palabras en la Cruz. El nos enseüó el valor del silencio: Cuando ante la turha que le insultaba, aullando bajo sus oídos: "El, no obstante, callaba'·. Y El tuvo incluso un beso en sus labios para ponerlo en los labio:; del traidor que eran todo mentira. La Palabra, al hacerse hombre, al encarnarse, quiso ser la quintaesencia resplandeciente de lo que debe ser la palabra: Verdad y Luz. ¿Cuántas veces dijo Jesús, yo soy la verdad, la luz verdadera que ilu– mina la vida de los hombres? La palabra es el espejo donde debemos me<lir la responsabilidad ele nuestras palabras. Bemanos, en el "Diario ele un cura rural", tiene esta reflexión: "De– vuélveme la Palabra, dirá el Juez en el último día. 36
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