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c·dgc 1micamente fid(~lidacl; la Virgen no necesita falso honor, ya que está abundantemente dotada de verda– deros títulos de honor y adornada con la corona de muchas gloria!(. Cierto. ¿Nos parece poco el que sea la J\faclre de Dios? Quizá alguno se pregunte: Las madres son antes que los hijos. Nunca se da el absurdo ele que una ma– dre nazca después que su hijo. Afirmar eso sería ridícu– lo. Sin embargo, este es el caso, aparentemente. Dios es eterno. Antes que Abraham, que Adán, que el mun– do, era Dios. Y el mundo tiene de existencia varios miles de millones de aiíos. Y Dios era mucho antes. En cambio, María no era nada más que una de tantas mujeres que en Israel bahía llegado a la celad ele casarse, unos diecisiete afios. A ella la había creado Dios. ¿,Cómo va a ser la Madre de Dios? Permíteme -en este diálogo confiado y mudo sobre el papel- que responda a tu pregunta: -¿,Por cuánto venderías tú a tu hijo? -¿,A mi hijo? -Sí. -A mi hijo, mi tesoro, mi vida, lo que mús quiero en la tierra, no lo cambiaría por todos los tesoros del mundo. ¡Jamúsl -Sin cmgargo, perdóname, te tengo que decir una cosa tremenda: Tu hijo no vale más que 98 centavos de dólar, unas G3 pesetas. - ¡Imposible! Escúchame. Un sabio químico norteamericano de la fundación Rockefeller calculó el contenido valuable del cuerpo humano así: El agua bastaría para lavar un mantel. Con el hierro exprimido a los glóbulos rojos podrían fabricarse siete clavos. El yeso daría para blan– quear una salita. Transformado en grafito proporcio- 31
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