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corporales y puesto sobre el pesebre del altar. Nunca se hizo más nifio, más insignificante, en medio ele su ¡r,randeza. d, Que se necesita mucha fe para esto? De acuerdo, Pero ¿no se necesita menos fe, entonces, para creer que aquel Niño que nació en un establo y fne reclina– do en un pesebre era, ni más ni menos, que el "Enma– nuel", el Dios con nosotros tan reiteradamente anun– ciado a través de la historia de Israel? Sí, necesitamos fe. Sin fe no podemos dar un paso en la calle y menos en los misterios de la Iglesia. Pero con fe, con una fe viva, comprenderemos que la gran verdad la tenemos al alcance del alma. Una verdad gozosa: La misa es la verdadera Navidad. Y esto puede tener unas consecuencias muy im– portantes y muy dulces para nuestra vida <le cristianos. Decía Chestertón, el gran convertido: "Todos los años, por Navidad, nos acordamos <le dar al Niño Jesús las gracias por los caramelos que hemos encontrado en nuestros zapatos; sería mejor que cada <lía nos acor– dáramos de darle las gracias por haber encontrado en ellos un buen par ele piernas". Unas piernas, unas ma– nos, una cabeza y un corazón. Sí, de acuerdo, la Navidad, con todo su acompa– füuniento ele turrón 11atra extraordinaria y vida fa.mi - ' u liar tiene un hechizo especial. Pero lo importante es que nosotros podemos prolongar, espiritualmente ha– blando, ese hechizo. Que cada día hiciéramos una Navidad ... Y cada día lleno de fe nos naciera un Niño en el alma con el que pudiéramos entablar aquel fa- 25

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