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Sin embargo, para quien quiera la Navidad no se va jamás. Porque la Navidad es amor, paz y alegría; hagamos Navidad de cada día. Para nosotros, si tene– mos fe, así debiera ser. Sabemos todos que hace veinte siglos Dios nació en Belén. Es un hecho histórico per– fectamente demostrado y demostrable. Quien intente enredar lo sencillo es porque él es tremendamente complicado. Sabemos que la Iglesia repite cada año, litúrgica– rnente, este hecho histórico acaecido en Belén, en todos los lugares del mundo. Desea llevar a todos los hombres ese mensaje de paz, alegría, amor y salvación que Dios nos ha venido a traer. Que por eso se esco– gió él mismo el nombre de Jesús, que significa Sal– vador. Pero sabemos, sobre todo, que nosotros no con– memoramos a un ausente, a un muerto. Cristo está vivo entre nosotros. Cada día nace entre nosotros cuando se celebra la santa misa. Y la Iglesia lo sabe mejor que nadie. Por ello permite la celebración de las tres misas que en el contexto de la liturgia serían misas de medümoche, de madrugada y de mediodía. Es celebrar la Navidad en torno al altar. Porque la misa es la verdadera Navidad. "El Ver– bo se hizo carne y habitó entre nosotros", se dice en Navidad, y eso sucede siempre que se celebra la santa misa. Pues la transubstanciación es una verdadera en– carnación. El pan se convierte en el cuerpo y el vino en la sangre. Y Jesús es envuelto en las especies sacra– mentales, recostado en los hlancos pañales de los 24

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