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imperar ahora. La liturgia está cambiando continua– mente, pero cada vez se parece más la de todos los países, aunque la celebremos en distintos idiomas. Y es seguro que las nuevas iglesias se construirán con ¡_:;ocos santos en los altares. No obstante, el Concilio no quiere por ello que disminuya el culto a los santos. Dice textualmente: "Veneramos la memoria de los santos del cielo por su ejemplaridad. Es, por tanto, sumamente conveniente que amemos a estos amigos y coherederos de Cristo, hermanos también y eximios bienhechores nuestros". Son, pues, nuestros modelos. Son los espejos en los cuales tenemos que miramos. Pero no estatuas in– móviles. Porque ellos viven. Ellos han siclo los campeo– nes del Evangelio. Los pobres de espíritu, los mansos, los pacíficos, los que han llorado, sufrido y han tenido hambre y sed de justicia y de verdad. El Evangelio nos lo recuerda hoy para que nosotros sigamos sus pasos y pidamos su ayuda. Porque -y son palabras del Con– cilio- "buscamos en los santos el ejemplo de su vida, la participación de su intimidad y la ayuda de su inter– cesión". Los santos, aunque el polvo ele sus cuerpos se ha mezclado con el polvo de] mundo, tienen el alma viva y resplandeciente en el cielo. 232

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