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tenerse en cuenta cuando se tocan los sentimientos ín– timos del puel)lo español. En el movimiento litúrgico somos tributarios de ideas importadas. Esquemas maravillosos que, frecuen– temente, no van con nuestra idiosincrasia. Un eminente liturgista francés decía: "Cuando entramos en una iglesia espaüola, quedamos horrorizados por la acumu– lación de imágenes en los altares, pero hemos <le tener en cuenta que los españoles, por temperamento, tien– den a la encamación. Quieren ver. Son más impresio– nables". Y este temperamento nuestro se manifiesta incluso en aquellos que han marcado el más alto índice de nuestra espiritualidad. Por ejemplo, los místicos nórdicos son abstractos, nebulosos, etéreos. Nuestros místicos tienden a lo concreto a encamar sus ideas en ' alguien. Pensemos, sino, en Santa Teresa. Podríamos aplicar a nosotros, mejor que a nadie, aquello de "ojos que no ven, corazón que no siente". Todo esto nos puede servir para comprender cier– tas crisis de piedad en muchos cristianos viejos. Tienen una fe a prueba de bomba, pero no a prueba de santos. Les quitas los santos y han quedado como sin un punto de apoyo. Sin embargo, el árbol de nuestra fe, desgajado de tanto ramaje, florecerá con savia nueva. Para utilizar el "slogan" de nuestra sociedad de consumo, también en esto tenemos que entrar en el Mercado Común Europeo. Porque, aunque el Concilio ha admitido la pluriforrnidad y el respeto a las sanas tradiciones, ha sido un denominador común para la piedad que debe 231

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