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de 1950, Año Santo, en plena Plaza de San Pedro y con transmisión para todo el mundo. Fue lo que se dice ahora un acto triunfalista. Sí, justamente para ce– lebrar el triunfo de la Virgen y nuestro triunfo en ella. Pío XII rezó: "Confiamos que vuestros ojos mise– ricordiosos se inclinen sobre nuestras angustias, sobre nuestras luchas y sohre nuestras flaquezas; que vues– tros labios sonrían a nuestras alegrías y a nuestras vic– torias; que sint.íis la voz de Jesucristo que dice de cada uno de nosotros como de su discípulo amado: "Aquí está tu Hijo"; y nosotros, que os llamamos Madre nuestra, os escogemos como Juan para guía, fuerza y consuelo de nuestra vida mortal". Podemos e:;tar seguros ele que María no nos olvi– dará. Precisame!lte ahora se mostrará más madre siendo la estrella que nos guía a esa patria celestial donde todos tenemos que llegar. El Concilio nos recuerda: "Pues asunta a los cielos, no ha dejado esta misión sal– vadora, sino que con múltiple intercesión continúa obteniéndonos Ios dones de la salvación eterna. Con su amor maternn se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y S{' hallan en peligro y ansie– dad hasta que sean conducidos a la patria bienaventu– rada. Por este motivo, la Santísima Yirgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora". Mil títulos para recordarnos una sola cosa: Que Ella no se olvida de nosotros. Su vinculación a nosotros y a Cristo. Porque Cristo es el Unico. Ella es la prime– ra después del Unico. Cristo ascendió. La Virgen fue 228

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