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Ha abierto sus carreteras, ha amoldado sus trenes al ancho europeo, ha abierto, por el cielo, el camino de Santiago a todos los vuelos hacia España. Y en el campo religioso, ¿qué? También hemos de abrirnos a los vientos renovadores que resuenan en todo el mundo. A veces nos pueden parecer un tanto huracanados. Pero sólo así se pueden renovar y airear ciertas cosas apolilladas por los siglos y la rutina. Es difícil que haya cambios sin revolución, que no tiene por qué ser violenta. Santiago, el Apóstol que tanto ama a España por– que se la dieron como regalo de amor, sabrá salvar a nuestra Patria de todos los peligros que por doquier quieren ver los pesimistas. Más que ver el mal que nos pueden traer gentes de otras lenguas, razas y credos, sería mejor preguntarse: ¿Qué cosas buenas les damos nosotros y qué de bueno podemos aprender de ellos? Mejor que andar por ahí empleando el tiempo en bal– días exclamaciones o nimias murmuraciones sobre lo mal que andan las cosas, sería inmensamente mejor prepararse para enderezarlas. Esto es de sinceros y de valientes. Igual que Santiago, que, como nos recuerda el Evangelio de su fiesta, respondió a Cristo ante una aventura difícil: "¡Sí, podemos!". 226

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