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que se repite a diario. Pero José barruntaba un misterio inmenso que le turbaba. Era imposible que ella le hu– biera sido infiel. Era imposible que hubiera sido vio– lentada. S~ lo hubiera dicho. Entonces, ¿por qué no le hablaba? Eso mismo nos preguntamos nosotros: ¿Por qué la Virgen no descubrió el misterioso secreto a su esposo José? A través de todo el Evangelio trasciende la psico– logía introvertida de la Virgen. ¿Cuántas veces se nos dice: "María guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón?". Sin duda, pensaba ella en lo hondo de su corazón: Dios encontraría mejores caminos para re– velar el misterio a José que ella misma. Ella no tenía palabras. Y dejó que obrara Dios. Dios obró de la manera que obra en las almas grandes. Dejó que José sufriera hondamente para que su espíritu se purificara más. Dejó que formara una decisión. Esperó a que mostrara su honradez y su amor a la Virgen. Y luego se interpuso en su camino para esclarecer la verdad de todo: "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de los pecados". He aquí un hombre que sin pretenderlo se vio metido de lleno en la obra salvífica del Mesías. Digo que sin pretenderlo, pues en Israel todos querían tener hijos para llegar, a través de los ojos de los hijos, a ver los días venturosos del Mesías. Y el que renunciaba a tener hijos, Dios le escoge para que haga las veces de 219

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