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alienta y crece en nosotros hasta que nos inunde total– mente y crezcamos como Cristo, en "gracia y santidad". Justicia. ¡He aquí la tremenda balanza que oscila continuamente en el mundo! No cabe duda que, aun– que se han conquistados grandes hitos en el camino hacia la justicia, todavía vivimos en un mundo jalonado de grandes injusticias. No nos debe extrañar, pues, que las guerras sean volcanes que se extiendan, de vez en cuando, sobre la corteza de la tierra. Dentro está ardiendo el fuego de las grandes injusticias. Amor. ¡Palabra mágica! ¡Palabra peligrosa! Como toda cosa de mucho valor, tiene muchas imitaciones y falsificaciones. Pero el Amor auténtico -con mayúscu– la- es el mismo Dios: "Pues Dios es Amor". Y El predicó una doctrina de amor. Su Ley es ley de amor. Parece mentira que sigamos llamándonos hermanos y continuemos odiando. El Rey al que seguimos y hoy honramos especialmente, tiene un único precepto. "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado". Me parece a mí, que si cumpliéramos todas esas consignas, la paz se posaría definitivamente en nuestro planeta. El lo desea porque se titula "príncipe y rey de paz". ¿O habrá que dejar para otra vida el anuncio que hoy se lee en la antífona de la comunión: "El Señor está sentado como rey, para siempre; el Señor bende– cirá a su pueblo, con la paz?". 212

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