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Se podía jugar, más o menos diplomáticamente, con todas ellas, sin quedarse con ninguna. Las opiniones son como los trajes, que se pueden cambiar con las esta– ciones o las circunstancias. Pero la verdad no necesita trajes. La desnuda verdad penetra dentro del alma de cada cual, y si uno se abraza a ella, le hace tomar una actitud tajante, decisiva, incómoda y tremendamente comprometida. Fue lo que no se atrevió a hacer Pilatos y, por eso, sin quererlo, lavándose las manos, declarán– cble inocente, envió a Cristo a la muerte. ¿Cuántos Pilatos hay en el mundo? La vida. Ahora, cuando tantas vidas han desapa– recido, cuando -en circunstancias bélicas o anorma– les- muchos hombres vieron que la vida no valía nada, no la aprecian suficientemente. Y la vida es algo sagra– do. Dar la vida es participar del poder creador de Dios. Dios mismo puso en el cuerpo humano la semilla capaz de transmitir la vida. La vida es algo divino. De ella tendremos que dar cuentas a Dios, porque El es el rey de la vida. Santidad y gracia. La raíz de toda santidad es la gracia. Esa gracia por la cual murió Cristo en la cruz y que dejó como herencia imperecedera a la Iglesia. La gracia se nos infunde en el bautismo y, desde en– tonces, comenzamos a caminar hacia esa alta cima de la santidad. La vida cristiana no es, ni más ni menos, que el desarrollo de esa semil1a teñida de sangre de Cristo e infundida en nuestras almas. No pensemos que la santidad consiste en grandes gestos penitentes y milagrosos. Consiste, básicamente, en esa vida que 211
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