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cuerpos descomponiéndose en una tumba y el alma tendrá que dar cuenta a Dios de sus acciones. Por ello, importa vivir en continua vigilancia para no perder esa vida inmortal. Esa vigilancia supone la huida del pecado y el realizar buenas obras mientras la vida dure. El hombre imaginativo, furioso, quisiera saher muchas cosas sobre el fin del mundo. El hombre práctico considera que no puede perder s11 tiempo en vanas curiosidades apocalípticas y cabalísticas. Porque el tiempo vale más que el oro. El cristiano tiene que ser una síntesis de ambos. No puede permanecer amor– fo a ese mensaje evangélico. Le gustaría saber cuándo, cómo y dónde, pero, ante todo, comprende que lo im– portante es estar siempre preparado. Comprende tam-– hién que esa nueva vida en Cristo, ya ha comenzado. Podemos decir, 1,n cierto sentido, que ese nueva tierra, y ese nuevo cielo, y esa nueva vida, comenzó con El, aunque tendrá su plenitud al final de los tiempos. Una de las características que el Concilio destaca en la Iglesia es la escatológica: "La Iglesia, a la que todos estamos llamados en Cristo Jesús y en la cual conseguimos la santidad por la gracia ele Dios, no al– canzarú su consumada plenitud, sino en la gloria celes– te, cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas, y cuando, junto al género humano, también la creación entera, que está íntimamente unida con el hombre y por él alcanza su fin, sería perfectamente renovada en Cristo". 209

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