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DOMINGO TREINTA Y TRES LA GRAN THIBULACION LECTURAS: DANIEL 12, 1-3 HEBREOS, 10,11-14, 18. MARCOS, 13, 24-32 Para nadie es un secreto que el Evangelio, antes de ser escrito, fue predicado. Cristo mismo no mandó a sus Apóstoles que escribiesen sus palabras, sino que predicasen su Evangelio a todos los hombres. Por eso ellos se preocuparon, ante todo y sobre todo, de predi– car lo que Cristo les había enseñado. Unicamente des– pués se preocuparon de poner por escrito esa misma predicación. Algunos de los evangelistas no fueron discípulos directos del Señor y, por ello, transmiten la predicación que oyeron a alguno de los Apóstoles. Entre la vida de Cristo y la aparición de los primeros evangelios escritos, pasó algún tiempo. El evangelista Marcos, discípulo de San Pedro, escribió unos quince años después de la muerte de Cristo. Todo esto explica el por qué algunas veces apa– recen bastante confusos los discursos ele Cristo. Uno de los casos es éste. Nos hemos devanado los sesos para querer entender cómo Cristo mezcla aquí el anun– cio de dos calamidades. A veces -se ve muy bien en los sinópticos- pasa a hablar de una o ele otra sin ligación lógica. No sabemos cuándo habla ele la mina de Jerusalén, o del tema escatológico. 207

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