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Y en esto qms1era hacer hincapié. Cuando se habla, se grita, se murmura y se rasgan las vestiduras tantos y tantos sobre la paga de los curas - ¡tan exi– guc:!-, muchos sienten un regustillo especial y una ale– gría tan oculta, pensando que se la quitarán. Y no piensan que si ellos quieren sacerdotes, tendrán que mantenerlos, pues los sacerdotes son hombres y tienen necesidades immanas y diarias como todos los hom– bres. Cristo podría haber escogido ángeles para sacer– dotes. Entonces, todo este problema hubiera desapa– recido. Y tantos otros; por ejemplo, el de la escasez de vocaciones y el cacareado del celibato. Pero Cristo quiso escoger para sacerdotes a hombres, por cierto muy vulgares y muy terrenos, a los qne fue limando poco a poco. Y en su vida apostólica tenía unas muje– res que le asistían en la sustentación diaria y un admi– nü,trndor que guardaba las limosnas que las gentes le daban y de las que vivfa. En la primitiva Iglesia se dio el fenómeno de las colectas. San Pablo -aunque él trabajaba para no ser gravoso a los demás- decía "que quien sirve al altar, debe vivir del altar", y orga– nizó colectas para socorrer a la Iglesia de Jerusalén, que pasaba necesidad. Quien critica tantas colectas, quien se queja de la distracción en la misa cuando se hace la colecta, quien, cuando entra en In. Iglesia ve antes que el sagrario los cepillos, aunque el sagrario suele estar más a la vista, no piensa que las ranuras de los cepillos son como labios abiertos que le gritan su obligación de socorrer, seg{m su medida, al sostenimiento de la Iglesia y sus ministros. 204

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