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lén "ellos le rodearon preguntándole: "Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?". Enton– ces les dejó por imposible, y les recomendó que espe– rasen al Espíritu Santo a ver si les iluminaba la cabeza. Pero ahora tiene una palabra que decirles. ~foy importante: "Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser gran– de, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos". Para concluir, unas preguntas: Nosotros tenemos veinte siglos r 1 c cristianismo a la espalda, nosotros sa– bemos muy bien a qué atenemos respecto al Reino y a la doctrina de Cristo. ¿Qué espíritu de servicio tene– mos cada uno de nosotros? ¿Cuál es nuestro concepto respecto a la autoridad? ¿Qué del Cesaropatismo y del Constantinismo? Parecen palabras vanas y rimbom– bantes. Pero todo un capítulo -muy largo- de his– toria eclesiástica yacen detrás. Su impacto ha llegado hasta nosotros. Ahora, la Iglesia, quiere echar fuera de su frágil barca ese lastre. Pero con cuanto dolor. La cruz de la Iglesia es que muchos de sus cristianos no lo aceptan. Desearían un estado de cosas muy conforme a los es– tados de la tierra y muy poco conforme con el Evan– gelio. También nosotros tenemos que escoger entre la gloria y la cruz. 197
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