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La lección es para todos nosotros. El camino de la cruz es ineludible. Se trata de nuestro ser de cristia– nos. Cristo lo dijo: "Si alguno quiere ser mi discípulo, que cargue con su cruz cada día y que me siga". La doctrina es clara, la realidad, de nuestro cristianismo, eso ya es otra cosa. Porque estamos viendo en la Iglesia de hoy casos a montones de discípulos de Cristo que tratan de eludir la cruz y buscan los primeros puestos. Se considera cualquier dignidad "hacer carrera", en vez de "rendir servicio". Apetecemos, más o menos larvadamente, los primeros puestos y las dignidades. Aunque hablamos mucho de carga, de servicio, etc., sin embargo, las an– helamos por el prestigio y el poder que dan ante los demás. Pmeba de ello es lo difícil que es encontrar un servidor entre los que están arriba. Los gritos, las penas, las fulminaciones vienen de arriba a abajo. Ese virus nos tiene afectados, más o menos, a todos nosotros. ¿Nos escandaliza todo eso? Pienso que puede ser un escándalo farisaico, semejante al de los otros diez que se indignaron contra Santiago y Juan. En el fondo echaron en ira la envidia contenida. Su miedo era que les hubiese destinado los primeros puestos. En el fondo lo deseaban todos. Todos tenían vocación de primer ministro porque su pensamiento -a pesar de todas las explicaciones de Jesús - era el fundar con Cristo un Reino terreno. Tanto les habían metido esa idea los fariseos. Tanto, que aún después de su muerte, el día de la Ascensión, al ver que se acercaban a J erusa- 196

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