BCCCAP00000000000000000000543

lago. Quizá al estar plenamente satisfechos de nuestra postura pensábamos que dialogar era enseñar a los demás nuestra verdad y convencerles de lo muy equi– vocados que estaban. Ahora nos dicen que ellos tam– bién tienen su verdad que enseñamos. Pues dialogar es hablar y escuchar. No es claudicar, pero sí tratar de andar el camino con los brazos abiertos y el corazón pletórico de caridad para que el encuentro no sea un choque. Aquel dicho antiguo de San Agustín vale mo– dernamente: "En lo cierto, unidad; en lo dudoso, liber– tad, v en todo -sobre todo-, caridad". ¿,Para quién dejaremos, pues, nuestra artillería gruesa de diatrir:as? Cristo también nos da esa opor– tunidad en el Evangelio de hoy. Nos dice que, antes de ir al fuego eterno, nos cortemos las manos y los pies y nos saquemos los ojos. Es decir, que rompamos con lo más Íntimo a nuestra vida si nos sirve de perdición para el alma. Por tanto, las andanadas de intolerancia debemos dispararlas contra nosotros mismos. Contra nuestras pasiones y egoísmos. Porque se da el caso, reiteradamente comprobado, de que los más intoleran– tes con el prójimo son los más tolerantes consigo mis– mo, y al revés. Somos como los hipócritas fariseos. Y no debemos ser así. Debemos ser intransigentes. autoclisciplinados, duros con nosotros mismos, para poder conseguir ese dominio de las pasiones que nos hace comprensivos, misericordiosos, tolerantes con los demás. Podríamos, pues, resumir el Evangelio de hoy en esta frase: Tolerancia con el prójimo e intolerancia con nosotros mismos. 18í

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz