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cruz, marcados con la cruz de Cristo en el cuerpo y en el alma, ¿qué pensamos sobre ella? Seamos sinceros: Toda nuestra civilización occi– dental, que a sí misma se titula cristiana -quizá por– que está para acá de la iglesia del silencio-, adora a un Cristo sin cruz. Quiere un Cristo que le dé prospe– ridad, paz, alegría, disfrute de los bienes temporales y no le complique la vida. Es el Cristo que está aliado con los que tienen un buen pasar. Es un Cristo sin cruz. Sin duda que los orientales, los que perseguían a la Iglesia, los que han inventado las checas y los lava– dos de cerebro, adoran la cruz sin Cristo, como dijo muy bien Fulton Sheen. Pero nuestra concepción de un Cristo sin cruz, ¿es más auténtica? No se puede separar lo que Dios ha unido. Cristo vino para sufrir todo eso que habían anunciado los profetas y El mismo lo recordó a sus discípulos. Tomó carne para sufrir. Y fue levantado en lo alto <le la cruz para que los hombres redimidos lo vieran bien pegado a ella. No podemos deformar la verdad. Por mucho que nos duela, el Evangelio tenemos que admitirlo tal cual cs. Y la voz de Cristo es tajante, clara y austera para todos: porque "después llamó a las gentes y a sus dis– cípulos y les dijo: El que quiera venirse conmigo, que . , . se rnegue a s1 mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará". 180
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