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Las torres de la catedral de Milán están rematadas por innumerables estatuas. Cuando el escultor las es– taba haciendo, viendo el amor y el entusiasmo que en ello ponía, alguien le dijo: "No sé por qué pones tanto interés en esto. Las van a colocar en los tejados. Nadie las verá". "Las verá Dios", fue la respuesta del escultor. El premio del escultor milanés también se lo han dado los hombres modernos. Han instalado dos ascen– sores y son millones los turistas que cada año suben a los tejados de la catedral ele Milán para extasiarse ante la belleza de aquella exposición de estatuas mara– villosas. No sé qué esculpirás tú día a día con el buril ele la vida. Pero el Señor, que lo capta todo, exhibirá un día la gran película de los hombres y entonces resplan– decerús tú como un astro de primera magnitud. Para El no hay nada insignificante. "Entre pu– eheros anda Dios", escribió la mujer espafiola a la que la Iglesia proclamó Doctora. Y la mujer a la que todos llamamos "bendita entre todas las mujeres", se pasó 1a vida haciendo esas mil cosas tan caseras y tan necesa– rias que las amas de casa hacen cada día. Dios no mide con las mismas dimensiones que los hombres. Dios miele, ante todo y sobre todo, por la carga de amor, ele entusiasmo, ele perfección que pon– gamos en el quehacer cotidiano. Porque nuestra vida es como una larga cadena que comienza en El y en El termina, y no puede hacer ningún eslabón frágil, con peligro de desprendernos de esa meta suprema de nuestra vida. 176

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