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poco si la cosa merece la pena. Si se trata de verdad de defender el culto de Dios, el buen nombre de la Iglesia, su doctrina de fe. O más bien nuestras propias opiniones. Estoy completamente seguro que cada uno de nosotros está convencido de que al defender todo eso, rinde un servicio a Dios. Que en sus opiniones está en juego la misma fe en Dios. Y eso suele ser el culmen de la hipocresía. Nos falta la sinceridad para reconocer la verdad dura y desnuda. Sin duda habrá que echar un tanto por ciento de culpa a nuestro temperamento celtíbero. No deja de ser verdad, aunque sea tópico. Pero al menos nuestros antepasados, que lucharon duramente, lo hicieron por materias más sublimes, como el asunto de la predesti– nación, pongo por caso. Pero hoy -también lo pongo por caso-, cuántos trajes se habrán cortado a propósi– to de la dichosa sotana de los curas. ¡Que ya está bien, amigos! 174

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