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está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que ensefian son preceptos humanos". Siempre se ha podido levantar ese dedo acusador para apuntar a cualquiera que hubiera olvidado el ver– dadero mandamiento de Dios. Pero me parece que en estos momentos tiene más actualidad que nunca. Estamos divididos. Constatamos el hecho para saber en qué y por dónde, y tratar de nuevo de cumplir el máximo deseo de Cristo. Si vamos a examinar el campo de batalla de nuestras discusiones vemos cinc nos enzarzamos por tonterías. Por meros preceptos hu– manos; frecuentemente, por normas que no alcanzan siquiera esa categoría. Y mientras olvidamos el gran precepto del amor, de la unidad. La gran consigna de San Agustín: "Unidad en las cosas necesarias; en las dudosas, libertad, y caridad en todas". Y he aquí cómo dejamos a un lado tres grandes preceptos fundamen– tales de derecho natural. Tratando de purificn.r a los demás -porque siem– pre son los demús los que necesitan de las abluciones de nuestros cha1')arro11es nos estamos emponzofiando a nosotros mismos. No entra1nos en lo más profundo de nuestro corazón, que es pozo de malos propósitos, de malos deseos, de resentimiento, de codicias, de en– vidias, de orgullos y vanidades inconfesables. Sería hueno remover todo ese lastre y luego tratar de arre– glar la vida de los demás. Pienso que antes de acalorarnos y perder la paz por tantas cosas que nos tienen enfrentados los unos a los otros, merecía la pena que reflexionásemos un 173

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