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ble y, sin embargo, millones de hombres de hoy, y desde hace veinte siglos, han creído. Sé de un extranjero que tenía nuestra fe, que en Madrid pidió le enseñasen una iglesia que estaba cerca del hotel. Era curiosidad. En el itinerario turístico por las naves de la iglesia llegó un momento que sonó una campanilla para la elevación de la hostia y el cáliz. El cicerone improvisado se puso de rodillas como todos los fieles que oían la misa. El extranjero, que sabía bien por qué lo hacía, no cesaba de exclamar: "Y esto lo creen miilones de hombres en el mundo". Sí, millones. Y no precisamente ignorantes. Podría– mos citar testimonios de ayer y de siempre. Pero hoy, y para el hombre de hoy, Pablo VI escribió en su en– cíclica sobre la Eucaristía: "Es, pues, necesario que nos acerquemos, particularmente a este misterio, con hu– milde reverencia, no buscando razones humanas que deben callar, sino adhiriéndonos a la Revelación di– vina". ¿Cuándo terminaremos de convencemos de oue la fe es un don? Cristo nos lo recuerda en el Evangelio de hoy: "Por eso he dicho que nadfo puede venir a mí, si el Padre no se lo concede". Importa, pues, cimentar bien nuestra fe y no perderla en los mil avatares de la vida. Habrú dificultades, crisis, dudas, horas negras en nuestro vivir cristiano, pero quiero recordar las pa– labras de un inglés famoso que encontró la fe porque, según elijo: "jamús cerré los ojos a la Luz". Se trata de Newman, que escribe: "Diez mil dificultades no cons– tituyen una duela. Creer significa ser canaz ele soportar eludas". 170
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