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del hambre de los demás. No podría menos de negar con los hechos lo que dice con la boca. Bueno será, pues, que salgan por la boca las enseñanzas evangéli– cas, pero que entre antes -al estilo del Evangelio ele hoy-, también por la boca, el pan que alimenta los cuerpos. ~fo contaba, no hace mucho, un religioso indio, que el gran obstáculo que tenía el cristianismo en la India era que los nativos asociaban la religión de los blancos con la ele los explotadores ingleses que tanto esquilmaron el país indio. No podían concebir cómo una religión que predicaba la caridad y la fraternidad podía engendrar tales individuos. Pero sin ir a la India, entre nosotros mismos, se puede dar el caso. Porque todas las ciudades -también las ele veraneo, tan adornadas en estas fechas - suelen tener su cinturón de miseria v ele chabolas. A todos -por cristianos- nos corresponde remediar eso. No puede quedar para unos oficialmente delegados. Y menos podemos concebir ahora la Iglesia como una jerarquía que carga sobre sus hombros la labor de todos. Eso ha siclo fatal para la marcha de la misma Iglesia. Las palabras que en 1900 escribió Unarnuno riman estupendamente con la. conciencia pos-conciliar de que todos somos Iglesia. Dijo ('-1: "La Iglesia, que comenzó siendo la congregación de los fieles cristiano',, todos, eclesiústicos y laicos, acaba por no ser sino la clerecía, el cuerpo de los tonsurados. Y desde este momento el espíritu cristiano está en peligro". Ahora que las tonsuras han desaparecido y los se- 158
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