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Por ello vemos en el Evangelio de hoy que cuando las gentes se apercibieron del milagro, cuando hubie– ron llenado su estómago, quisieron proclamarle Rey. Por el milagro y por la satisfacción que sentían después de saciar su hambre elemental. Ha dicho muy bien el Concilio, que el porvenir será de quienes den a los hombres razones para vivir. Pienso que no sólo razones, sino también medios para vivir. El antiguo proverbio de "primero vivir y luego filosofar", vale peifectamente aquí. Es inútil que demos razones al hombre que está hambriento. Hay que llenar su vientre antes de llenar su cerebro. Ahora, cuando la gran mancha negra del hambre se extiende como un espectro en tres cuartas partes del mundo, habrá que pensar, ante todo, en alimentar a esos hermanos nuestros antes de llamarles plenamente hermanos. Y sucede que el hambre está extendida prin– cipalmente en regiones paganas, donde el cristianismo es como una llarr a que trata ele alumbrar la gran os– curidad famélica e inmensa. Por ello, los misioneros, con buen acuerdo tratan, ante todo, ele facilitarles ali– mentos, hospitales, guarderías, motores para extraer agua de sus campos resecos, enseñándoles a cultivar la tierra ... Luego les enseñan a rezar el Padrenuestro, donde se pide el pan nuestro de cada día. Sería una tremenda ironía que el hombre blanco, que se titula oficialmente cristiano, que reza cada ma– fiana y cada noche el Padrenuestro, considerando, por tanto, a todos los hombres hermanos, siga siendo el explotador del hombre de color. Que engorde a costa 1.57
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