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vez más mastodónticas, respira aire compuesto por más elementos que oxíge~!O, es martilleada por la sinfonía ele los rni<los que surgen del pentagrama de las calles asfaltadas, por el vicio <le la prisa, la jornada intensiva y las horas extraordinarias. Es imposible que un hom– bre con nervios normales pueda resistir todo eso, mucho tiempo, sin descanso. Entre esos trabajos está el apostólico, que, según las estadísticas norteamericanas -en USA florecen toda clase de estadísticas - , son los que dan más infarto de miocardio. El trabajo muscular necesita descanso. Pero el músculo cansado es más propicio al descanso nocturno o semanal que el intelectual, donde el que se fatiga es el cerebro, que sigue -cual noctámbulo incorregible- con el bordoneo de sus preocupaciones. Díganlo, sino, los estudiantes. Lo cierto es que todos apetecemos unos días de descanso, o un fin de semana bien aprovechado, de vez en cuando. Felices dehían de ir los Apóstoles "a un sitio tran– quilo 1/ apartado". Pero muchos adivinaron a donde iban y se les adelantaron: "Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a ensefiarles con calma". Las vacaciones habían durado lo que duró la travesía del lago. ¿,Cuánto han de durar nuestras vacaciones? Algu– no:; quisieran que sus vacaciones durasen siempre. Quieren resolver "a fuerza de flema ese grande pro– blema de comer sin trabajar". Quizá nadie como esos sepan lo que es el tedio, el aburrimiento, el no saher 154

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