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y pidió silencio a los elementos. En estos tiempos de– biera levantarse y pedimos silencio a nosotros. Habla– mos demasiado. Gritamos cual oleaje desafinado. Opi– namos de todo y sobre todo. Queremos enmendar la plana al mismo Dios. Y a los hombres -marginando el más elemental respeto a la personalidad y a la liber– tad - hacerles navegar por nuestros estrechos cauces. Y Dios nos grita: ¡Silencio! Vuestros planes no son mis planes. Mejor sería que hiciéseis más y gritaseis nenos. No voy contra los que hablan, escriben y manifies– tan sus opiniones contra viento y marea armando cada borrasca ... , pero también opino que nos haría mucho bien a todos el que nos arrodillásemos con amor, con caridad suma, a meditar en tantas cosas corno mani– festamos y se salen de los cauces de la verdad. Sería mejor para todos. Y por encima ele los vaivenes de tantas tempesta– des ele palabras, querellas, declaraciones explosivas, debería estar nuestra confianza en Dios y en su Iglesia. Que, aunque la Iglesia es para los hombres, se diferen– cia en su estilo no poco de los métodos del mundo. Su fuerza la recibe, no ele los medios humanos, sino ele los didnos. El Concilio ha escrito: "Es preciso que cuantos se consagran al ministerio de la palabra de Dios utilicen los caminos y medios propios del Evan– gelio, los cuales se diferencian en muchas cosas de los medios que la ciudad tern·1rn utiliza". En fin, quisiera también callarme yo y 1Jedir pres– tadas aquellas maravillosas palabras: "es mejor callar y ser, que hablando no ser. Dios es. Y calla. Dios es amor. Y el amor también tiene su silencio". 142
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