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hombre que vive. Pasó sus años en la oscuridad y murió con la muerte del malhechor. Hace mil ochocientos años. Y ocupa un lugar preferente en las naciones de diversas índoles. Millones de almas le dirigen la palabra y guardan compostura en su presencia. En su honor se levantan templos. Se le lleva en el corazón y en la vida, ante los ojos del moribundo y sobre la tumba de falle– cido. No es un simple hombre. Se ha ido y se quedó. ¿Puede, por ventura, ser menos que un Dios?". Cristo es Dios y hombre verdadero. Y fundó la Iglesia que es un Reino divino, cual semilla diminuta enterrada entre el barro de los hombres, pero que va germinando y creciendo con esa fuerza que tienen las cosas de Dios. Se la combate de muchas maneras. Desde fuera y desde dentro. Ahora también. Pero no temamos. Es invencible. Cristo vive en Ella. 139
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