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Dudo que haya habido aparentemente nada tan in– significante como Cristo y su obra: Nacido en un esta– blo, perseguido desde niño, escondido en Nazaret, apre– sado por los duefíos de Israel, condenado a morir en la cruz como un esclavo cualquiera, enterrado bajo una losa, abandonado de sus once ap6stoles y vendido por uno ... ¿Quién iba a pensar que aquello iba a triunfar? Porque las persecuciones siguieron luego. Dentro y fuera de la Iglesia. Y sin embargo tenemos a la Iglesia, después de veinte siglos, viviendo entre los hombres. Transmitiendo el mensaje ele Cristo, no como el ele un muerto, sino como el ele alguien vivo en medio de nosotros. Tratando de espiritualizar a los hombres, ele extenderse a{m más por la tierra. La Igiesia de Cristo es algo vivo hoy. 11ediante ella -que es su Reino– Cristo vive en Jos homhres. Se ha celebrado recientemente en Francia el bi– centenario de uno de los grandes genios militares: Napoleón. El gran corso que nació en una isla v murió en otra isla. Cuando estaba desterrado en la isla ele Elba, leyó reiteradamente el Evangelio y pensó mucho en la vida y obra de Cristo. Y a él se atribuyen las si– guientes palabras: ''Yo me habitué a tener fijos en la memoria lo:; nombres de César y Alejandro con la esperanza de rivalizar sus hazafías y dejar mi recuerdo. Pero, bien mirado, ¿,qué son Alejandro y César?, ¿en qué sentido vi\'en?, ¿,quién se preocupa de ellos? Apenas se conocen sus nombres entre otros muchos. Están en los libros de la escuda. Pero, al contrario, en todo el mundo hay un 138

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