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hasta Dios por el camino de la vida. Decía Amiel: "Quien no acepta el arrepentimiento no acepta la vida". La vida es como un camino que lleva hasta una meta muy alta. Es imposible no caer nunca. En cualquier camino de la tierra, si uno cae, no queda tirado allí indefinidamente. Se levanta en seguida, se sacude el polvo o el barro y continúa caminando. Estamos segu– ros que ese llegará a la meta. Por muy alta que esté. En el camino evangélico hacia Dios es necesario contar con nuestras caídas, con el perdón de Dios y, desde luego, con nuestro arrepentimiento, que es el hilo de oro que descuelga nuestra alma, hasta la pre– sencia de Dios, para conseguir su perdón. Si caemos no podemos permanecer tirados en la cnneta, esperando que alguien nos eche en el carro de las basuras. Es importante que sepamos que el dolor íntimo, el arre– pentimiento por amor a Dios, nos consigue el perdón. Confc~saremos nuestro pecado a la Iglesia cuando ten– gamos ocasión. Pero no podemos permanecer, mientras tanto, alejados de Dios, enemigos de Dios. Cristo, al paralítico le volvió el movimiento de sus piernas para que continuase caminando por el camino del mundo, incluso con su camilla sobre los homkes. Pero le dio el perdón del alma para que no dejase de caminar por el sendero de la vida hacia Dios. El no se lo pidió. Cristo se lo concedió primero porque sabía que era mucho más importante. 126

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