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milagro tan estupendo. Por tanto, aquel que estaba allí era Dios, y estaba justamente para perdonar los peca– dos de los hombres. Lo que debiera ser motivo de alegría para ellos, lo fue de presentimiento, de odio y de revancha. En su día le pasarían la factura sellada en su propia sangre. Da pena que los hombres seamos tan ciegos a la luz. Resulta que pocas cosas buscan los humanos tan afanosamente como el perdón de sus pecados. La sed de purificación de los hombres es un testimonio de esa conciencia universal del pecado universal. Y es una constante de cualquier religión. Hay religiones que para ello inventaron la reencarnación. Otras, peniten– cias atroces; otras, purificaciones y abluciones sin cuen– to. Otras, sacrificios - hasta víctimas humanas - a la divinidad. Todo es más sencillo. Cuando Dios se acerca a los hombres y los hombres se acercan arrepentidos a Dios: La purificación total de todos los pecados. Bueno será que en esta revisión actual de la peni– tencia volvamos al Evangelio para encontrar el camino, a fin de acercarnos más al perdón de Dios. Quizá el susto que muchos sienten ante la confesión está en la complicación ele los hombres por una cosa que es un don de Dios para bien ele los hombres. Sabemos todos -y esto no es ninguna innovación contestaria - que lo más importante en la confesión es el dolor de los propios pecados. El arrepentimiento es la clave para conseguir el perdón. El arrepentimiento es, además, la clave para llegar 125
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