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DOMINGO SEPTIMO UN PERDON LLOVIDO DEL CIELO LECTURAS: ISAIAS: 43,18-19; 21-22: 24-25 2.• CORINTIOS: 1,18-22 MARCOS 2, 1-12 Dentro de la casa resuenan las palabras de Cristo. Fuera, el murmullo de unos hombres que forcejean por introducir dentro a un paralítico que portan en su camilla. Empresa inútil. Entonces, por la escalera de la terraza, suben arriba, calculan exactamente el lugar donde se debe encontrar el Maestro, levantan el techo de cafias y barro y descuelgan al paralítico. El silencio se hizo. Se oía el aliento suplicante del paralítico que está justo delante de Jesús. Se oye el silen~·io expectante del público que espera algo. Se oyen, al fin, las palabras de Cristo: "Hijo, tus pecados quedan perdonados". No se oyen los malos pensamien– tos de unos letrados juridicistas y sabihondos que es– taban allí y pensaron: "¿Por qué habla éste así? Blas– fema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?". Dijeron una gran verdad, pero quedaron a medio camino. Sólo Dios puede perdonar pecados, pero es que Dios estaba en medio de ellos, aunque ellos no Je conocieran. Y para dar testimonio de las cosas, Cristo hizo el milagro de curar al paralítico. Solamente Dios puede hacer, con propio poder, con tanta facilidad, un 124

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