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Debemos volver al estudio, no ya de la humana elo– cuencia o de la vana retórica, sino al estudio del genui– no arte de la palabra sagrada". La cita es larga. Pero merece la pena. Y más que nosotros tuviéramos en cuenta todo esto y lo que sigue diciendo en el número 84 de la encíclica, "Ecclesiam suam". Los fieles, para que cuando se sienten a escu– char, sepan que están haciendo algo de los más im– portante que existe en la liturgia. Cada vez se da más relieve a eso que se llama en la misa liturgia de la palabra. El Concilio, en ocho de sus documentos, habla sobre la predicación. Creo que los moralistas -técni– cos en marcar fronteras entre pecados graves y leves– no podrán decir tan alegremente que "cumple" quien meramente oye la liturgia de la Eucaristía. Una de las cosas que tenemos que revisar, si queremos estar al día, es esta. A los sacerdotes nos vendrá muy bien un examen de c.mciencia de textos para que no convirtamos el altar en palestra de ideologías particulares, de dema– gogia, de elocuencia vana o de lucimiento. La palabra de Dios tiene fuerza por sí misma, sin que nosotros queramos tergiversarla y dar más fuerza a nuestras opiniones" particulares, a aplicaciones muy singulares y tendencias que la traducción evidente que la palabra de Dios tiene cada domingo o cada día. Porque la nueva liturgia aconseja que incluso se predique bre– vemente todos los días en la misa. Tiene el sacerdote una misión que realizar en el mundo de hoy, como en el de siempre: pasar por el 118

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