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nio no ha dejado de tentar a los hombres a todo lo largo de la historia. Papini dice muy bien que el demo– nio ha sabido modernamente sonreír, perfumarse, llegar enguantado hasta nosotros para no dejamos ver sus garras. Pues, ¿qué daño nos podría hacer a nosotros ese demonio tradicional de los cuernos, el rabo, el tridente y el olor a azufre? Sería un pobre diablo del que todos huiríamos. Nada podría insinuarnos. Pero él ha sabido disfrazarse y hay que confesar que muchas de esas ideas malvadas, que llamamos planes diabólicos, son <le él. El demonio las inspira, sin duda. No puede caber tanta maldad, tanta lucidez para el mal en una mera mente humana. Una pregunta, por tanto: ¿Por qué Dios permite al demonio que tiente a los hombres? Si él luchó contra Satanás y lo venció, ¿por qué Cristo permite que las almas sigan siendo tentadas por él? Te podría respon– der que es un misterio. Y cierto que es un misterio de iniquidad. Pero sería una respuesta muy fácil. Quie– ro darte una razón muy clara: Dios quiere que nosotros ganemos el cielo con esfuerzo. La vida es lucha, pero no lo es para ser vencidos, sino para ser vencedores, campeones. Y nos da esa posibilidad. San Juan escribe: "El que está con vosotros y os ayuda con su gracia, es mayor que el espíritu del mal que está en el mundo". Y para que confiemos en Cristo. Toda la gracia y re– dención de Cristo está planificada dentro de la Iglesia para vencer. Desde la gracia del Bautismo, donde se expulsa al demonio de las almas, hasta la gracia ex– trema de la Unción de los enfermos. 114

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