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dro- lleva consigo un cambio de nombre. ¿Por qué? En la Escritura, al cambio de nombre va vinculada una misión especial. Caso típico es el de Abraham. Cuando Dios le llama, le hace salir de su casa, de su tribu y de su parentela; le manda, también, cambiar el nombre. Aparentemente, nada. Se llamaba Abram y le manda intercalar una h. Desde ahora, y para siempre, se lla– mará: Abraham, pero ahí es nada. Significa: "Padre de todos los creyentes". A Pedro, El mismo le cambia el nombre. Un nuevo nombre que vale todo lo que significa. Cristo ha co– menzado a edificar su Iglesia y ha escogido la piedra fundamental, la piedra por antonomasia. Va por partes, para no asustarle demasiado. Hoy le dice que su nom– bre será cambiado, pero otro día le dirá: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi iglesia ... ". Cada uno de nosotros tiene su vocación. Sobre él, de una manera o de otra, sirviéndose de mil claves divinas, ha resonado el eco de una llamada. Dios se puede servir de mil instrumentos, pero El es el que llama. Holderlín decía: "No son los hombres quienes me lo han enseiiado, sino un corazón sagrado y amante que me empujó hacia el infinito". Pidamos, al Señor, que su mirada no se aparte jamás de nosotros. Como S. Agustín: "Mírame, Señor, para que te ame". 107
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