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discípulos siguen a Jesús. Es un largo caminar ensilen– cio, al compás de sus pensamientos y del palpitar de su corazón. Hasta que Cristo se vuelve y les pregunta: "¿Qué buscáis?". Ellos contestaron: "Rabí, ¿dónde vi– ves?". El les dijo: "Venid y lo veréis". Ellos le siguieron y le observaron durante aquella tarde y la noche si– guiente. La mañana fue radiante en la tierra y en sus almas; uno de los que le siguió -Andrés- llamó a su hermano Simón y le espetó a bocajarro: "Hemos en– contrado al Mesías". La noticia era demasiado seria para no buscarle inmediatamente. Pedro dejó sus que– haceres y se fue en busca de Jesús. Y Jesús fue en busca de él. Se encontraron, se miraron -Jesús más prolon– gada y profundamente- y Cristo le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que sig– nifica Pedro)". Ha sido el primer paso de una vocación hacia Crist::>. Tendrá que dar muchos más pasos. Tendrá, Jesús, que buscarle más veces. Pero la llamada del Señor ha resonado dentro de su alma. Pensemos que la vocación no cambia la personali– dad, pero sí la orientación de la persona. Las cualida– des serán las mismas, pero deben ser desarrolladas hacia una meta concreta. La vocación abre unas pers– pectivas infinitas, pero en una dirección. En otras direcciones es una limitación. Supone una renuncia. El alma, cuando se trata de una vocación de esta índole, queda marcada. En algunos casos -tal es el caso de Simón - Pe- 106

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