BCCCAP00000000000000000000543

hizo hombre predicó, ante todo y sobre todo, el amor. Su Evangelio es el Evangelio del amor. Y su último deseo, su postrera oración, antes de marchar a morir por los hombres, fue esa: "Que sean uno como tú y yo, Padre, somos uno". Cristo también vino para proclamar este misterio de la Trinidad. Por eso El, que se proclama Dios, ora al Padre y anuncia al Espíritu Santo igual a El. Por ellos -lo vemos en el Evangelio de hoy- envía a sus discípulos a predicar este misterio y a bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La Iglesia lo ha cumplido así. El misterio presente constantemente en su liturgia y en su doctrina. Preside el bautismo de los que comienzan con ese sacramento a pertenecer a la Iglesia. Perdona los pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Bendice en su nombre. Y abre las puertas del Cielo con una fórmula que sería blasfema si no estuviera respddada por los poderes que Cristo entregó a la Iglesia, que prometió -Evangelio de hoy- estar con ella todos los días hasta el fin del mundo. Ojalá que nosotros sintamos la eterna seguridad de la recomen– dación sacerdotal que nos dice, al borde de la cita eterna con la Trinidad, las palabras poderosas y dul– ces: "Alma cristiana, sal de este mundo en el nombre ' de Dios Padre todopoderoso, que te creó; en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por tí padeció; en el nombre del Espíritu Santo, que en tí se derramó". 98

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz